Sobre la religión

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Madrid: Taurus, 1979.

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Este libro desarrolla una teoría de la religión, en particular, del cristianismo, desde premisas de materialismo histórico: sin duda –visto treinta años después en comentario autocrítico- con excesiva confianza todavía en Marx. Su desarrollo responde a la convicción de que la religión puede tener cabida y sentido en distintos climas filosóficos, incluido el marxiano, con tal de romper el corsé de las versiones catequísticas a lo Marta Harnecker.

En la versión vulgata de la distinción entre base e ideología, la religión, obviamente, queda en el plano de la ideología: subproducto mental colectivo resultante de un sistema de relaciones y fuerzas de producción, expresión enmascarada de intereses materiales de clase o de grupo social. En ese plano, “Dios” es la cifra del supremo interés y el Dios de los señores no es igual al Dios de los siervos. Un análisis en clave de ideología disipa las brumas teológicas y no deja lugar a creencias religiosas.

La religión, sin embargo, no consiste sólo en creencias, en ideología: también en prácticas simbólicas; y el concepto marxiano de praxis permite otra visión. Junto a las prácticas económicas y políticas, de transformación, respectivamente, de la materia y de la sociedad, en todas las culturas existen prácticas simbólicas –o símbolos práxicos- que contribuyen a la autotransformación del ser humano. Estas últimas, no menos que las otras dos, son consustanciales a la condición humana,  transculturales.

Las prácticas simbólicas se ordenan a construir y transformar los universos simbólicos en cuyo interior los humanos pueden vivir una existencia significativa; y no son mera ideología, aunque pueden y suelen contener elementos ideológicos, como toda práctica social. Ningún materialismo, ni vulgar, ni dialéctico, puede deshacerse de ellas. La religión tiene cabida en una filosofía y teoría materialista en cuanto conjunto de símbolos práxicos o prácticas simbólicas. La única –y no pequeña- cuestión que persiste es si la religión constituye una modalidad necesaria o sólo contingente de práctica simbólica. Todo invita a pensar en su carácter contingente: tanto el hecho de que en todas las sociedades hubo personas irreligiosas, cuanto el proceso de secularización irreversible en que está inmersa la sociedad occidental, antes cristiana.