Del arte de vivir y otros saberes

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De la solapa

Se trata en este libro de un asunto no pequeño: cómo vivir la vida humana, cómo vivir y convivir, una ciencia o arte en la que instruyeron filósofos y moralistas y a la que ahora se aplican los libros sobre felicidad y mejora personal. Frente al optimismo simplista de muchos de estos últimos, el autor atiende a la incertidumbre dramática, a veces trágica, de los destinos humanos, a la complejidad y ambigüedades de la vida; y asume que la dicha viene más de circunstancias y sucesos externos que del propio interior de las personas, aunque éstas pueden influir en esas circunstancias, en lo que les sucede: lo hacen con acciones, no a golpes mentales o de corazón. Aspira así a contribuir a un saber vivir realizable y realista, un saber práctico que, más allá de acertar a gestionar la propia dicha, quisiera alcanzar dignidad de sabiduría en la mirada de piedad y de empatía sobre las vidas humanas, también sobre las malogradas e infelices.

Foto de portada: Es la mesa del sabio universal, biblioteca, laboratorio. Tal vez la mesa de Fausto. Sólo le falta que algún diablillo o diablesa le compre el alma de intelectual a cambio de proporcionarle el arte de vivir.

Del prólogo

No hay en rigor una ciencia del vivir, del convivir, muy descuidada desde siempre; sólo, si acaso, un saber pragmático o, más bien, un arte; y habrá quien, en oblicuidad de artista o, más bien, de esteta, pretenda que el único arte de vivir está justo en el arte: en el colmo, en hacer de la propia vida una obra de arte. En realidad hay artes varias, mil y una maneras de llevar la existencia con acierto. Dentro de la vida, a su vez, y una vez asegurada la supervivencia biológica, nada hay tan decisivo como el amor o los amores (sección II), de cuyo arte, el de amar, se ha escrito a lo largo de, al menos, veinte siglos, desde Ovidio hasta hoy, pasando por el Arcipreste de Hita que encareció el buen amor.

En el borde final de la vida está la muerte. Ha podido escribirse sobre saber vivir y saber morir en ensayos paralelos, cual si fueran sabidurías o artes simétricas. Ahora bien, morirse no requiere saber alguno, ni tampoco aprendizaje. Eso te lo dan hecho, resuelto. Que filosofar es aprender a morir lo han sostenido algunos pensadores. Pero consiste más bien en aprender a vivir. Sólo que el saber vivir incluye también el tiempo y el trance último de la vida, que a veces se deja gestionar en una enfermedad no en exceso penosa y hasta cierto punto tolerable: “buena” muerte o, más bien, una muerte menos mala (sección III). Los optimistas siempre han creído o esperado, con Leonardo, que al igual que un día bien empleado contribuye a un sueño feliz, una vida bien empleada procura una feliz muerte.

De haber una ciencia o saber sólido acerca de la vida correspondería a la psicología. Muchas páginas de este volumen, sobre todo la entera sección IV, están enseñadas por ella, que, sin embargo, no posee la exclusiva de ese saber. Acerca de la vida, del amor y del morir nuestros juicios, en buena parte, provienen de la filosofía, de la ética, también de algunas obras de ficción, de aquellas escritas o leíbles no o no sólo para el entretenimiento, sino asimismo para el conocimiento. Ya Epicteto afirmó que la lectura equivalía al entrenamiento del atleta antes de salir a correr en el estadio de la vida. Así que leer –y, en consecuencia, escribir- colabora en el conocimiento de la vida y, desde luego, en el autoconocimiento propio (sección VI).

Sea todo ello ciencia o arte, eso no nos es regalado en ciencia infusa, innata; ha de adquirirse, aprenderse, también para pasar de los libros a la vida. Y el aprenderlo, el conocer sobre la vida y sobre uno mismo es indispensable para reaccionar, para afrontar lo adverso, lo que no viene viento en popa. “Necesito aprender a curarme de las cosas y a ser feliz” dijo un bien vapuleado Oscar Wilde.

Curarse las heridas, administrarse la salud en las oportunas dosis durante un tiempo dilatado representa una sabiduría de vida. Esta se vale de la ciencia y la filosofía y, en cierto modo, las trasciende en la práctica al preguntarse con qué conocimiento del mundo y de la vida son más felices los humanos.

Nuestros conocimientos todos, incluido el de la vida, todavía más el de la convivencia, dependen del recto uso de la razón, guía en el camino al saber, a la verdad o realidad (sección V). Tal recto uso tampoco está asegurado por los genes: tiene que adquirirse; y se adquiere con la experiencia, con la educación, la incidental y la que formalmente se proponen maestros de toda clase e ingenieros sociales o de almas. Ingeniería social por antonomasia es la política, el gobierno; y eso también hay que abordarlo (sección VII). Pero el arte de un buen vivir pide, además, ejercicio de la fantasía, sea la religiosa en un extremo, sea la más pragmática y cotidiana en el otro. Tienen ahí sus derechos, sede y voz, los mitos, los iconos, las leyendas. No sólo de razón y realismo viven los humanos, incapaces de soportar demasiada realidad. Además, viven y necesitan de mitología, aunque ésta se halla sujeta al control de una racionalidad desmitificadora (sección VIII).