Después de Cristo
Editorial Trotta: Madrid, 2012
Prólogo
No es seguro que haya dioses. Tampoco es muy seguro que Jesús de Nazaret haya existido; o, más bien, no es seguro, sino altamente improbable, que haya vivido según suele narrarse. Ha habido y hay quienes niegan su existencia histórica. Sería Jesús un personaje enteramente de leyenda, ajeno del todo a la historia, una ficción piadosa construida inicialmente por Pablo de Tarso y por los evangelistas. Bien seguro es, sin embargo, que, si existió y vivió, ya ha muerto. El único contenido verosímil del credo cristiano es el de “crucificado, muerto y sepultado”. De él cabe arrancar como de núcleo sólido. Como dato también firme, hay que tomar que, si Jesús vivió, el curso de su vida y su muerte sucedieron hace dos mil años en tierras de Galilea y Judea.
Figura de la historia o de leyenda, reverenciado y adorado como Cristo, Jesús ha sido, de modo indiscutible, la personalidad, icono y mito, más influyente en Occidente. Ha dejado una huella muy profunda, más que ningún otro personaje, en la historia de esta sociedad y cultura a la que pertenecemos. Dos mil años después de su desaparición física, cabe hacer balance de esa huella, de su pervivencia moral, cultural, espiritual: averiguar si queda algo suyo; y cuánto y cómo queda.
De él, a propósito suyo, o tomándole como pretexto, con el imprescindible concurso de Pablo y de otros autores del Nuevo Testamento, se ha seguido un conjunto de leyendas y de prácticas, un caudal ideológico, un fenómeno social –no limitado a las iglesias- entre los más poderosos de Occidente: seguramente el de mayor magnitud en la extensión del continente europeo y en los veinte siglos transcurridos, aunque no lo haya sido por igual en todo lugar y en todo tiempo, y desde luego no ya aquí y ahora.
Lo menos discutible de la huella es que en Occidente se llevan cuentas de la cronología tomando a Jesús de Nazaret como referencia. El calendario gregoriano fijó un cómputo de años asumiendo como gozne de la historia, año cero, el del momento –en estimación aproximada- del nacimiento de Jesucristo. Las fechas se datan a.C. o d.C. según sean anteriores o posteriores a ese año cero, presunta “plenitud de los tiempos” en la teología cristiana de la historia. Nos encontramos ahora en una era postcristiana (d.C.) según el calendario de Occidente. Anunciar desde el título “después de Cristo” implica, sin embargo, algo más que esa trivialidad de calendario y apunta a claves de análisis de cultura y sociedad en estos dos mil años. Tras haber pasado Europa por una época –o por varias, unos cuantos siglos- de cristiandad y de cristianismo, estamos ahora en una era postcristiana: no sólo después de Cristo, sino también “después del cristianismo” en muchas de las notas -casi todas- de lo que históricamente se ha entendido por cristiano. Se trata, pues, de examinar cómo llegó a constituirse una cristología –o teología del Cristo- y una cristiandad europea, pero igualmente, y con no menor detenimiento, cómo a partir de cierto instante, desde hace cinco siglos, en una lenta inflexión, en movimiento opuesto al anterior, ha quedado desarticulada aquella teología pieza a pieza y Occidente ha comenzado a dejar de ser cristiano.
No cabe dar por cierto, pero sí, al menos, sospechar, con muy razonable conjetura, que la pérdida de relevancia de Jesús y del cristianismo no obedece a una momentánea oscilación pendular, a unas “horas bajas” o “siglos bajos”, de los que podría reponerse. Lejos de ser un simple bache dilatado, parece históricamente irreversible, sin vuelta atrás: la historia no suele volver sobre sus pasos. Vivimos y nos hallamos, por tanto, “después de Cristo”: en una era postcristiana, y no sólo en el sentido trivial de vivir dos mil años más tarde. Occidente ya no es lo que era: ya no es cristiandad; y ha empezado a desistir del cristianismo y de la religión en general. Sin embargo, y aún así, ahora es lo que es por lo que en otro tiempo fue: cultura o sociedad cristiana. Reputar “postcristiana” (d.C.) o “post-jesuádica” (después de Jesús) a la sociedad actual vale para resaltar esas dos circunstancias a la vez: que en muchas de sus características esta sociedad resulta ininteligible sin el mito de Jesús, el Cristo; que es posterior ya y bastante ajena, extraña, a lo que significaron sea el Jesús de la historia, sea el Jesucristo de la fe.
En desarrollo de la hipótesis de que el “después de Cristo” reúne lo que de él se ha seguido y lo propiamente “postcristiano”, se emprende aquí un análisis de ensayo histórico e historia de las ideas, las teológicas y las ateológicas. El autor está dispuesto a reconocer que alguna vez ese análisis adquiere el aire de un ajuste de cuentas. Para alguien con quien la vida ha sido generosa en años y a quien le ha permitido vivir el declive del cristianismo en la más abrupta pendiente de los últimos tiempos escribir este libro contribuye a saldar una deuda para consigo mismo: le da pie para expresar desacuerdos con respecto al propio pasado, a buena parte de lo que escribió en años jóvenes. Sirve, pues, para entenderse a uno mismo, tras haber sido instruido o más bien catequizado según el credo cristiano, y para que se entienda a sí misma una generación ya adulta que en su generalidad fue también adoctrinada así.
No hay por qué suponer que para los lectores cumpla esas funciones. El libro que escribes –que necesitas escribir- acaso nadie te lo pide. Buen número de nuestros contemporáneos no necesita saldar cuentas con Jesús, no tanto por haberlo hecho ya, cuanto por pasar de largo en ello. Seguramente, sin embargo, hay también potenciales lectores que sí lo necesitan, tal vez no tanto con Jesús o con el Cristo, sino, más bien, con los mitos, leyendas, señas de identidad de la propia infancia y de la educación cristiana entonces recibida. Por el contrario, quienes no tuvieron trato alguno con tal educación, no tienen necesidad de esa tarea; les basta con pensar –justificadamente- que ya están las cuentas hechas, aunque las hicieran otros: historiadores, filósofos. Puede que así sea y, en consecuencia, este libro sea innecesario, como, por otra parte, lo es la mayoría de los libros.
El formato del ajuste de cuentas a continuación es el de una historia del cristianismo, de sus hechos, pero, más que eso y sobre todo, de las ideas y creencias acerca del Cristo y, a través suyo, también acerca del Dios del que, según los evangelios, dio testimonio. El estudio se ciñe al cristianismo; no versa sobre el monoteísmo ni, menos aún, sobre religión y religiones en general. Si se mencionan otros monoteísmos, credos, cultos, es para clarificar ideas y estructuras cristianas por sus paralelos o diferencias con ellos. Tampoco se aborda, pues, en rigor, una historia de Dios. No se habla en general de dioses o de la divinidad, sino sólo de ese Dios de Jesús, que a veces, por otra parte, coincide con el de algunos filósofos.
Historiar las creencias cristianas obliga a buscarlas en sus textos, a debatir los escritos en donde se expresan y con frecuencia, por tanto, a filosofar o teologizar: salen así páginas cargadas de teología o ideología, demasiada ideología acaso. Pero el análisis concierne sobre todo a hechos, a series de sucesos punteados en fechas convencionalmente adoptadas: algunas del devenir de Europa, de Occidente, un devenir enroscado al del cristianismo; otras, exclusivas de éste, de su desarrollo interno, sin especial incidencia en la historia universal, ni siquiera en la europea.
A los títulos de capítulos les acompañan fechas –“clavos imprescindibles para colgar el tapiz de la historia”, según Gombrich[1]-, que sirven de puntos de anclaje para la exposición en los correspondientes capítulos. No son puntos fijos, sin embargo; más bien indican vectores y procesos de larga duración, que comienzan en los respectivos años o que en ellos reciben un empuje decisivo. También esto responde al enfoque adoptado: interesan, sí, los sucesos, pero más todavía los procesos de los que emergen y que a largo plazo los sustentan. Quedan escogidas unas efemérides, unos momentos, por haber sido centros de impulso o de gravedad de importantes plexos de hechos, de fenómenos históricos, a veces de cursos de ideas, de pensamiento. Alrededor de ellas se atan cabos. A propósito de cada una se emprenden sendas indagaciones, que aspiran a poseer valor autónomo, a resultar legibles y comprensibles dentro de sus propias páginas, sin necesidad de atender a otros capítulos. Esas unidades, sin embargo, quedan ensartadas en un hilo conductor, el de la secuencia de acontecimientos y de ideas que a través de siglos constituye la trama histórica del cristianismo o, más bien, las tramas, en plural, pues en su devenir hay más de un hilo argumental y más de una posibilidad de puesta en orden. Dar cuenta de ellas pide una exposición no lineal: los hilos narrativos han de entrelazarse, pues las líneas se encabalgan unas sobre otras.
La vida no discurre en orden; le imponemos, al narrarla, un orden y concierto, en la esperanza, además, de que redunde en sentido, en significación. Toda narrativa trata de poner orden en el flujo caótico de los hechos y, con ello, de conferir sentido a lo narrado. Mientras que el puro devenir de los hechos no tiene, de suyo, orden ni sentido, cada relator hace lo posible para infundírselo. A ese fin sirven asimismo las secciones, en cortes convencionales de tramos históricos, en que se reúnen los capítulos. Por otro lado, cualquier revisión del pasado revela una inquietud actual, de hoy mismo. La historia siempre se escribe desde el presente. Por mucho que se remonte tiempo atrás, no puede dejar de hacerlo para entender la actualidad, algo que aquí va a hacerse del modo más descarado y explícito: a cada hecho o proceso se le contempla desde lo que hoy todavía significa, desde su huella. Importa, sí, lo sucedido en tal o cual momento, pero sobre todo la repercusión que mantiene todavía ahora. Se trata de un pasado no del todo sumergido y que sale a flote en el presente. En ese énfasis, el libro puede considerarse no ya como historia, sino como análisis de la actualidad, aunque buscando sus raíces en el pasado, en retrospectiva. Se trata asimismo, por eso, de llevar hechos pretéritos a la plenitud de su significado en la estela del posterior curso de la historia y en el propio momento actual.
Pertenece este trabajo al género del relato histórico, mas no aspira al estatus de ciencia historiográfica rigurosa. Entra en una consideración amplia del género de la historia, de los “combates por la historia”, según caracterización de Lucien Febvre (1986): “estudio científicamente elaborado y no, exactamente y en rigor, ciencia”, una ciencia, por lo demás, que nunca presumió de exacta. En vindicación de ese espacio de estudio, de conocimiento y de combate, pertenece más bien al género del ensayo: obra de ensayista, no de historiador, libro de historia del cristianismo, pero una historia “de autor”, ensayo narrativo desde posiciones confesadamente críticas, con intención expresa de desmontar tópicos eclesiásticos y teológicos, lo más opuesto, por tanto, a las historias del cristianismo al uso, que lo son “de institución”, obedientes a intereses de la Iglesia, al servicio de su ideología identitaria. Al reivindicar ese espacio de autoría responsable, sin servidumbre al explícito formato de la ciencia histórica académica, se obtiene una libertad que el investigador historiográfico no puede permitirse. Pertenece la obra al dominio de la historia, pero, a medida que avanza, se inclina más y más al género del ensayo, y la discusión ideológica –con la teología, a menudo contra ella- tiende finalmente a devorar lo histórico.
Elegir –suele aceptarse- es el acto de soberanía del antólogo. También lo es del ensayista. El ensayo tiene no poco de antología, de elección de temas y de enfoque. Mientras que el historiador científico apenas puede elegir ni descartar –en rigor, sólo los temas-, el ensayista sin compromisos ni dejes académicos, sí que se lo puede permitir: escoger tanto asunto como interpretación, qué cuenta y cómo lo cuenta; emprender un relato coherente –aunque no de ficción- entre otros relatos posibles. Historias hay muchas, mas ninguna es la única. Así, pues, el autor ha de advertir como Georges Orwell al declarar la atalaya desde la que escribe Homenaje a Cataluña sobre la guerra civil española: “Tengan cuidado con mi partidismo, con mis detalles erróneos y la inevitable distorsión de estar analizando los acontecimientos sólo desde un lado”.
El lector ha de ser advertido acerca de probables pormenores erróneos y de la distorsión cierta, esquematismo simplificador, de estar examinando el cristianismo desde la posición de un confeso partidismo, desde un espacio externo a él: en discusión y crítica de las leyendas y dogmas acerca del Cristo, con lente no de teología, sino de “cristianología”[2], de un análisis sociológico e histórico, no confesional, de lo que el cristianismo ha significado en Occidente. Un análisis así procede en contra de la “invención de la tradición” –según certera expresión del historiador Eric Hobsbawn- con que colectividades e instituciones suelen contemplar y recrear su pasada historia, una operación en que la Iglesia ha sido siempre experta. Toda retrospectiva reconstruye e inventa algo. En cuanto retrospectivo, el presente ensayo, sin duda, también lo hace. Aspira, sin embargo, a inventar en la menor medida posible, aunque sólo sea por buscar no tanto una reconstrucción positiva del cristianismo cuanto una “deconstrucción” crítica de la invención eclesiástica.
Ahora bien, ni siquiera esa deconstrucción del relato eclesiástico oficial constituye el propósito mayor. El análisis y la discusión del cristianismo van a ordenarse, sobre todo, a entender sociedad y cultura actuales en el trance de alejarse ahora de la fe, de la cual y entre otras fuentes –la griega, la romana- traen origen. Rastrear vestigios a partir de la fuente “jesuádica” y neotestamentaria, seguir luego el filamento de las secuelas cristianas antiguas y medievales, contribuye a esclarecer uno de los vectores presentes en la historia europea y occidental, entender de dónde venimos y, en consecuencia, comprendernos mejor a nosotros mismos.
INDICE
Prólogo
Nota preliminar bibliográfica
Edad Antigua
Año 30 / En aquel tiempo
50 / El mito del Cristo
70/ Leyendas de evangelios
100 / Logos
250 / Confrontaciones
325 / Dios es Cristo
391 / La religión del príncipe
Medievo
Año 534 / Ciudades de Dios
787 / Iconos
1000 / Cristiandad
1078 / Teología
1206 / El evangelio de los pobres
1274 / Itinerarios de la mente a Dios
1418 / Imitación del Cristo
1431 / Hereje y mártir
Tiempos modernos
Año 1487 / La dignidad del hombre
1492 / Catolicismo
1521 / Libre examen, sola fe
1625 / Aun a falta de Dios
1670 / Razones del corazón
1751 / La religión de la razón
1789 / Ciudadanía y emancipación
Postrimerías
Año 1859 / Sin vestigios de Dios
1907 / La religión del sentimiento y la experiencia
1931 / En agonía
1945 / Después del horror
1968 / Ateísmo en fe jesuádica
2000 / Fin de milenio
D.C. / Últimas noticias del Cristo
Referencias bibliográficas