Contra inhumanidad

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Contra inhumanidad

 

 

 

 

 

 

Prólogo

Los textos aquí reunidos militan contra cualquier clase de inhumanidad. Dicho en positivo, en una redundancia no superflua, están escritos a favor de lo humano en el ser humano: de lo humanitario, más bien, pues se mueven todos en un umbral de mínimos. Son escritos morales, no de ciencia, exhortativos cuando menos, combativos casi siempre; en límite extremo, en colmo, tocan con imperativos y prohibiciones -no matarás ni violarás, no darás malos tratos-, que a la postre se resumen en: “sé humanitario, no me seas inhumano”. Son beligerantes, por tanto, también contra la desmoralización en todas las acepciones de lo “moral”: contra la inmoralidad y contra el descorazonamiento.

Inéditos algunos de ellos, escritos a lo largo de casi cuarenta años, lleva cada uno su fecha de publicación o redacción. Esa fecha permite encuadrarlos y juzgarlos en su tiempo, en su contexto sociohistórico, bastante cambiado, desde luego, en este país desde los años de cuando datan los más tempranos. Envuelve a éstos un aire utópico, de cierta ingenuidad también por tanto, luego desaparecido por completo. En ellos, además, resulta manifiesto un cristiano fondo de armario, así como una pinza marxista o marxiana con la que se extrae de ese fondo. Son fondo y herramienta que en escritos posteriores se desdibujan no poco, sin llegar a disiparse del todo o desdecirse.

Los textos publicados en diarios o revistas se han mantenido sin cambio alguno, aunque en más de un caso al compilador le hubiera apetecido corregirlos. A algunos de los inéditos, por el contrario, a los que se escribieron sin haberlos llegado a enviar para publicación, se les ha dado vuelta y vuelta de cara a esta edición, sin entrar en la sustancia de lo que dicen o decían. Aún así, todavía les falta algún hervor y el autor pide disculpas por ello.

También con artículos publicados se sintió el autor tentado, si no a rectificar, enmendar la plana, sí a actualizar, enriquecer, hacer acotaciones en presente, introducir pensamientos de hoy. Ha renunciado a eso, sin embargo, incluso ante algún título desafortunado. No se siente especialmente orgulloso de todos ellos, pero los ha dejado estar y reeditar sin crítica explícita y sin disgusto. Sí que le complace, en cambio, que escritos de hace diez y veinte años sobre hechos tan variados como guerras presuntamente justas, inmoralidad política o movimientos ciudadanos se ajusten perfectamente a hechos semejantes en la actualidad. El lector con algo de memoria no tendrá que hacer esfuerzo alguno para trasladar esos análisis, con sólo algún cambio de nombres, al momento actual.

Cuando se ha tenido una larga vida de escribiente, al releer antiguos textos propios, aparte de sentimientos autorales de añoranza, irrelevantes para el lector, caben dos autoapreciaciones contrapuestas: con la fecha debajo, mantenerlo todo; ni siquiera con la fecha poderlo mantener. Este escribiente se inclina al segundo juicio y no mantiene todo lo que escribió. Eso le permite dar de nuevo a luz algunos textos como si otro hubiera escrito. Gracias a eso acaso la compilación se redima en algo de la complacencia egocéntrica que se le pueda achacar. El autor por entonces era otro. Los escribió él mismo, pero no ha permanecido el mismo. Esos textos ya no le pertenecen: apenas forman parte de su biografía, sino, si acaso, de la historia ideológica de una generación.

Sección I
De humanismo a humanitarismo

A mediados del siglo XX Europa hervía de humanismos. El término había servido para caracterizar a intelectuales y creadores del Renacimiento, a aquellos que, como Pico de la Mirandola y Erasmo, habían vuelto a pensar lo humano, e igualmente a “artistas totales”, como Leonardo y Miguel Angel, que lo habían representado genialmente. Como el gran impulso del resurgir renacentista, y ya de un tiempo atrás, desde el anticipo de Petrarca y Bocaccio, venía de las humanidades clásicas, como humanismo se ha visto también el cultivo de las humanidades –para nada “amenidades” como alguien satirizó-, de las letras, las de sabiduría y no sólo poesía, griegas y latinas.

Al ponerse en contra de la inhumanidad, del lado de lo humano, al tratar de diseñar una moralidad en el tercio central del siglo XX, era obvio tirar del hilo del humanismo renacentista, tratar de dibujar una ética humanista para el presente tiempo. Varias ideologías tiraban de ese hilo o, al menos, se acogieron al prestigio del humanismo: la existencial, la marxista, la cristiana; y hubo un “boom” de humanismos.

Medio siglo después nadie habla de humanismo. Los protagonistas de aquel “boom” no viven ya y las ideologías que representaban están de capa caída, cuando no desaparecidas. A finales de los años 60, además, la ola estructuralista barrió para siempre los análisis de ciencias humanas dominantes desde el Romanticismo y que prestaban buen servicio a humanistas de toda laya. Unas contundentes sentencias de Michel Foucault (1966) compendian ese barrido: “El hombre es una invención que una arqueología del pensamiento muestra ser muy reciente, de un par de siglos apenas; y seguramente de fin próximo”. De cumplirse los pronósticos que esa arqueología sugiere, “el hombre se desdibujaría, como un rostro de arena en el límite del mar”.

No tanto esas sentencias y la “deconstrucción estructuralista”, cuanto hechos de guerra y crueldad en el propio corazón de Europa, y no sólo en otros continentes, han hecho bien difícil continuar hablando enfáticamente de humanismo. De sus restos, sin embargo, puede surgir un humanismo sostenible, en rigor, un modesto humanitarismo, una ética humanitaria de supervivencia, sin duda insuficiente para románticos de alma heroica, pero bastante para poner algún orden y concierto en la sociedad.

Sección II
Sentir humano

No es posible reducir la moral o lo moral a sentimiento. Sin sentimientos, sin embargo, no hay moralidad, y, desde luego, sin contar con ellos no hay manera de alzar el andamiaje de una doctrina ética, ni tampoco de levantar la decaída moral de la persona deprimida. Entre los filósofos nadie lo ha destacado con tanto vigor como Adam Smith en su Teoría de los sentimientos morales, de 1759. Separándose de enfoques racionalistas, utilitaristas, en la caracterización del “principio aprobatorio” que nos lleva a aprobar o, al contrario, a reprobar determinadas conductas y, en consecuencia, a definir la naturaleza de la virtud, Smith hace de ciertos sentimientos -como el de la justicia, la repulsión ante el vicio y la admiración por la virtud- la sustancia del universo moral; y trata de explicar su origen y funcionamiento. Todos ellos dimanarían, según él, de un sentir de simpatía o empatía, por el cual una persona es capaz de colocarse en el lugar de otra, aun cuando no obtenga de ello beneficio alguno. Dicha empatía sería un sentimiento no egoísta: el sentir moral por excelencia.

En encabezamiento de la presente sección, junto a Adam Smith, y bien anteriores a él, hay que invocar la sentencia de Terencio: “Nada humano me es ajeno”, y la de Epicuro: “Vano es el saber que no sirve para aliviar algún dolor humano”. También podrían colocarse las palabras de Ulises en el Ayax de Sófocles, cuando conoce que su enemigo ha perdido la razón: “Me compadezco por él, pobre infeliz, pese a que fuera mi adversario. Su suerte es como la mía, porque veo en él, como en todos los vivos, que somos nada más fantasmas, sombras pasajeras”. Bajo su conjunto patrocinio se sostiene que cualquier humanismo o humanitarismo dimana de un sentir humanamente, una empatía hacia nuestros congéneres efímeros, mortales, al igual que nosotros. Principio de ternura en lo privado, de solidaridad en lo público,  la empatía aparece como fuente de la acción moral.

Sección III
Para una ética política

Es muy ancho el territorio de la ética. Abarca de lo individual a lo comunitario y a la política, de la moral privada de uso personal a la justicia y a las leyes compulsivas, de las doctrinas morales que prescriben o aconsejan cómo obrar a la reflexión filosófica acerca de todo ello.

La filosofía moral de griegos y latinos consistió en doctrina acerca de la vida buena y recta, para ellos equivalente. Con ella instruían y exhortaban sea a varios jóvenes, como hace Séneca en sus epístolas, sea a uno solo, como Aristóteles con Nicómaco. De esa moral, que en toda su gama ideológica –eudemonismo, hedonismo, estoicismo- hace coincidir la vida afortunada con la virtud han quedado, como piezas preciosas, numerosas máximas, consejos válidos para cualquier tiempo y lugar, con independencia incluso de las ideas y creencias que uno profese. Sucede lo mismo con la Biblia hebrea. En ella están la ley divina, los mandamientos, no simplemente exhortativos, sino imperativos. Pero hay en ella asimismo otra tradición, la de los libros sapienciales, como el de la Sabiduría, el de los Proverbios, el de Qohelet, de un género moral de máximas aforísticas independientes de la fe judía y tan valiosas como las de filósofos griegos y romanos.

Tras milenio y medio de una moral cristiana estrictamente imperativa, de mandamientos divinos, con el Renacimiento se recupera la tradición clásica de una doctrina exhortativa que a veces se compendia en aforismos y máximas. Sucede así con escritos dedicados o dirigidos –por Maquiavelo, Erasmo, Vives- a los príncipes, a los gobernantes, escritos que contienen una ética política que empieza a desconectar ya del cristianismo. En los siglos siguientes prolifera el género de las máximas morales, relativas a “aciertos del vivir”: así Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia  con 150 breves sentencias comentadas. La obra completa de algunos pensadores de los siglos XVII y XVIII consiste casi exclusivamente en ese género: además del propio Gracián, La Rochefoucauld, Lichtenberg, Joubert. En la madurez de la Ilustración Kant, con filosófica genialidad, trata de cerrar el círculo, de aunar ambas tradiciones: la exhortativa y la prescriptiva. ¿Máximas? Desde luego, acepta Kant. Pero hay una por encima de todas ellas, la de tomar como pauta de la propia vida aquella que pueda constituir pauta para todos, máxima universalmente válida, o sea, imperativo categórico: “obra de manera que la máxima de tu voluntad pueda valer como princi­pio de una legislación universal “.

Algunos de los escritos de la presente sección ambicionaron sentar los fundamentos de una ética racional. Al releerlos ahora, el autor no sostiene ya tanta ambición. Si acaso, en ellos se levanta un andamiaje o, en otra dirección metafórica, se intenta dar anclaje a la ética en el suelo del conocimiento empírico de ciencias antroposociales. Tratan de efectuar el pasaje de la ciencia a la ética, del saber descriptivo acerca de la vida a unas prescripciones o, cuando menos, exhortaciones entre los márgenes del simple “buen vivir” y del vivir justamente, de la “recta acción”.

A la cuestión de cómo vivir, cómo conducirse uno, si desea ser feliz o si no quiere perder la cabeza, responde la psicología. A cómo han vivido o viven los humanos responden la historia, las antropologías, la sociologia. Hay otra cuestión, sin embargo: cómo ha de vivirse. Es el dominio del discurso moral, no ya de ciencia. Pero también a esa cuestión contribuyen a responder las ciencias antroposociales. Al haber decaído los mandamientos divinos y no sostenerse ya tampoco una ley moral natural basada en una supuesta razón universal, la fundamentación ética se ha hecho problemática y compleja. Ante esa difícil complejidad no es descabellado que el científico interesado en ética, a partir de las realidades humanas que conoce trate de bosquejar cómo se debe obrar.

En bosquejos se quedan los escritos de esta sección, que podría llevar un título ligero como el de Theodor  Adorno: Minima moralia, o sea, moralidades mínimas. En ese libro decía el autor querer proporcionar “fragmentos de una ciencia melancólica”. Convendría puntualizar: tanto allí como aquí los fragmentos no son ciencia; son, si acaso, retazos de un conocimiento que melancólicamente aspiraría a ser científico, pero que sabe no serlo y que permanece en el siempre dudoso y controvertido territorio de una incierrta sabiduría moral.

Sección IV
Mundo justo, cultura democrática

“De esclavo a súbdito

De súbdito a ciudadano

De ciudadano a cliente”.

No cabe compendiar, más breve, la historia esencial de Occidente. La segunda de esas líneas, de @Ajomicropoetisa, preside los textos reunidos en esta sección.

Al autor le ha llamado la atención y entristecido, a la vez que alegrado, la actualidad de escritos de hace 30 años: alegrado, en la medida en que análisis de entonces reflejan una realidad todavía de hoy mismo, y que, en consecuencia, no han perdido un ápice de vigencia; entristecido por esa misma razón, porque antiguas corruptelas de un viejo régimen, de un sistema inmoral de poder, persisten bajo leyes y gobiernos en democracia; con tristeza también porque situaciones de inhumanidad -de malnutrición e insalubridad, de guerra, éxodo y campos de refugiados- perduran enquistadas en muchas regiones del globo.

Hay textos, de juventud, con innegable aire de manifiesto y halo de utopía. Fueron escritos en un momento histórico: cuando el proceso de la Transición, en que todo parecía posible; cuando la sociedad española, en el tranco acelerado de un par de décadas, parecía recorrer varios siglos al salir de un régimen franquista, que había querido retrotraerla al tiempo de los Reyes Católicos. Era una coyuntura en que no cabía sustraerse a la responsabilidad de “intelectual comprometido”, entendiendo por “intelectual” a cualquier ciudadano leído e ilustrado. No cabía mirar para otra parte. Aun sin tener competencia alguna en temas de política, te sentías llamado u obligado a pronunciarte, a analizar, seguramente de la manera más torpe e inexperta.

Pese a esa torpeza, la del autor, y al optimismo generalizado, el de muchos en aquel momento, los textos le dan puntadas críticas certeras al proceso desde una racionalidad ética antagónica a la razón de Estado o, más bien, locura de Estado, del poder, a la que ya entonces y, sobre todo, más tarde, no han sido ajenos –duele decirlo- gobiernos socialdemócratas en Europa.

Índice

I. De humanismo a humanitarismo
Memoria del sufrimiento, esperanza, vigilancia de la razón
Humanismo y utopía en la herencia de Marx
Comienzos de lo humano
Humanos sin fronteras
Humanitarismo de supervivencia
“Nos-otros” y “los otros”

II. Sentir humano
Urgencias terapéuticas
De empatía a solidaridad, del sentimiento a la acción
La literatura y la diferencia
Chocolate para todos
Tele-empatía
El telespectador y el teleagente

III. Para una ética política
Destinos de la ética
¿Qué es un filósofo moral?
Ética civil, moral de mínimos
Lo deseable y lo necesario: de ciencia a ética
La educación moral
Si luego no hay justicia
La violencia de los justos

IV. Mundo justo, cultura democrática
Proceso a la autoridad
Teoría y práctica de los derechos humanos
Meritocracia e indefensión
La utopía hibernada
Derecho a la protesta
El saber y el poder
El cambio y la resistencia
El desafío democrático
La Internacional de los ciudadanos
Sin papeles, sin valores