Senectud

Share

Madrid: Huerga y Fierro, 2021

Senectud - Alfredo Fierro

 

 

 

 

 

 

 

En recuerdo de los mayores que se llevó la pandemia 

En homenaje a quienes en la edad más vulnerable están viviendo este difícil tiempo

“No tengo nada que reprochar a la vejez: es llevadera si se defiende a sí misma” (Cicerón)

“La edad que ya declina, pero aún no se desploma, está llena de encantos, con tal de que sepamos servirnos de ella” (Séneca)

“La vejez no es para cobardes” (Bette Davis)

Añadir vida a los años

A nadie se le puede declarar feliz hasta después de haber muerto: así recita el coro de Edipo en Colono de Sófocles al contemplar la desgracia del protagonista. Hasta el último minuto pueden acontecer graves desdichas. Ahora bien, a la persona anciana le quedan menos minutos y, por ende, probabilidad más baja de desgracias. Si ha llegado a avanzada edad con buena salud y sin estrechez económica, ya no es prematuro declararla feliz; al menos cabe ya felicitarla. El verso de Du Bellay “feliz, quien, como Ulises, ha hecho un largo viaje” vale para la persona anciana tras el viaje largo de una vida que finaliza con bien. De ser así, tiene todas las razones para cantar con júbilo el “gracias a la vida, que me ha dado tanto”.

Otra cosa es si se llega en malas condiciones a la edad mayor. Entonces, en efecto, envejecer -seguir envejeciendo-, morir, es trágicamente el único argumento de la obra en lo que resta de vida. De llegar así a viejo, Hamlet no debería tener ninguna duda entre ser y no ser, vivir y no vivir; habría de atender sin ningún reparo al “exitus patet”, al patente portón de salida, siempre a disposición, indicado por Séneca.

La vejez puede venir -“may come” dijo Whitman- con la misma gracia, fascinación y fuerza que la juventud. Es una posibilidad, no un automatismo. No siempre viene así, sea a causa de accidentes, de trastornos biológicos, que no pudieron evitarse, o por grave negligencia de la que la persona sí que es o ha sido responsable con sus malos hábitos.

Hay un arte de envejecer, simple capítulo del arte de vivir, no más. Es arte de agregar vida a los años y no ya años a la vida. Consiste en vivir la vejez con los mismos principios recomendados para el resto de la existencia: valor, amor, humor, en variable aleación según las condiciones de cada cual, quizá con el añadido de decoro y compostura, sin desfigurar el físico ni el ánimo, que ahora necesita especial cuidado.

Desde Cicerón y Séneca hasta Borges y Rilke, pasando por Montaigne, hay a disposición del anciano claves, no dogmas, para tomar de modo discrecional, con prudencia y discreción, también con acotaciones críticas: aceptar de buen grado las limitaciones, convivir con ellas (a la vez que combatir contra ellas); no hacer nada sin alegría (aunque siempre hay deberes por cumplir con alegría o sin ella); pactar honradamente con la soledad (pero mejor una soledad bien compartida, acompañada, el amor de dos soledades); saludar de corazón a las personas y las cosas como si fuera la última vez (o no, solo penúltima); vivir como si se tuvieran años por delante (a sabiendas de poder morir mañana mismo); recibir con gozo cada día y hora, aprovecharlos a conciencia (o también desperdiciarlos en la inconsciencia).

Es deseable llegar a la vejez con la perfección humana con que a santas y santos les representaron en la ancianidad artistas religiosos, o como también, en laico, está trazado el perfecto y noble rostro del dibujo de anciano atribuido a Leonardo, sea o no suyo. O mejor: es deseable hacerlo al modo no simplemente pintado o dibujado, sino vivido, de modelos longevos. En la historia reciente hay donde elegir en un surtido de perfiles tan varios como Chavela Vargas, Nelson Mandela o madre Teresa de Calcuta.

Además de los universales famosos del pasado, cada cual puede tener también -¡ojalá!- ejemplos cercanos, familiares, no menos merecedores de un retablo doméstico al que mirar y frente al cual mirarse como en un espejo maestro que no miente. Si al niño o niña que no importa a qué edad siempre se lleva en el pecho le preguntan: “¿qué quieres ser de mayor?”, se desearía responder: “de mayor querría parecerme a ellos, a ellas”.

Los modelos más célebres o celebrados son difícilmente imitables, listón demasiado alto, pero aun así cabe esforzarse en ello, como antaño devotos se esforzaban en imitar al Cristo. Sin laborioso esfuerzo hay un icono sencillo de imitar, por mucho que los años hayan mermado facultades. Es el viejecito de Goya que apoyado en bastones camina mientras dice “aún aprendo”.

Aún aprendo. Ilustración
Índice

Hojas de otoño
Tiempos idos
Tres edades
Vejez cómica
Vejez en rosa
Vejez trágica
El drama de envejecer
En la comedia humana
Imaginario y construcción social
De senectute
Olvidada senectud
El ciclo vital y las edades
Gerontología
Edad adulta tardía
Envejecimiento
Longevidad
Cumpleaños ¿feliz?
Declinar biológico
Senilidad
Discapacidad
Esclerosis
Demencia
Personalidad, personas
Devenir persona
Caracteres y tareas
Genio y figura
Autoconciencia
¿Quién soy?
“Yo soy” evolutivo
Cosecha
Jóvenes y viejos
Padres, hijos, abuelos
Ante el espejo
Quién he sido, qué se ha sido
Recuerdos y olvidos
Memorias
En pos de la verdad
Qué se llega a saber
Todavía aprendo
Todavía amo
Jubilación
Duelos
Soledad
La vida breve
Últimas veces
”Memento mori”
Buen morir
Última disposición
Buen envejecer
Añadir vida a los años
Lectura: Extractos de Cicerón De senectute