Hijas de Eva
Madrid: Endymión 2012
“Ni joven ni vieja ni niña, ni virgen ni mártir, ni casta ni meretriz ni púdica sino todo ello a la vez”: así reza el epitafio apócrifo con que empieza Hijas de Eva. Son historias de mujeres de leyenda: viejas o jóvenes, algunas castas, pudorosas, algunas meretrices, valerosas todas ellas. Vivieron o se las recuerda viviendo en los márgenes de la historia más grande jamás contada, a la sombra de varones que se creyeron protagonistas de una historia sagrada y que fueron luego sus relatores. Narran ellas en primera persona: desde su propia memoria y sentimientos; y su narración contrasta casi siempre con el relato oficial, con la versión transmitida. Ellas declaran sus pasiones y sus actos, también los inconfesados, no siempre virtuosos, su apego y desapego respecto de los respectivos hombres de su vida. Con cierto escepticismo a veces frente a las entusiastas fantasías y empresas de los hombres, ellas muestran, en cambio, apego –este, sí, incondicional- a la vida, a la tierra, en tiempos en que las gentes sólo parecían tener ojos y oídos para el cielo.
Estas apócrifas memorias de mujeres son parasitarias, a la vez que tergiversadoras, de la Biblia judía y de la cristiana, más adaptada que adoptada; y, aún más que adaptada, manejada, manipulada, alterada: narraciones secundarias –a veces, meditaciones- respecto a relatos y fragmentos doctrinales escritos hace veinte o veinticinco siglos, que constituyen su referencia primigenia.
No presumen de fidelidad al texto que se reputó sagrado, si bien en ocasiones lo siguen casi a la letra, hasta en sus hipérboles, en mera glosa o paráfrasis, con la licencia, sin embargo, y a menudo, de algún que otro anacronismo descarado, en especial, la inverosímil atribución a personajes antiguos de reflexiones y metáforas propias de tiempos recientes. Otras veces no siguen apenas el texto bíblico, sólo intersecan con él, o lo toman en pretexto. En versión no sólo libre y profana, sino también libertina, una sola escena o un par de versículos en un pasaje bíblico han servido de excusa: pie y soporte de un relato o soliloquio bastante más extenso, el cual, entonces, contribuye a ubicar e interpretar la escena de referencia en un contexto de ficción explícita añadida. En la sucesión de hechos anteriores y posteriores imaginados, el episodio bíblico cobra un sentido particular y concreto, el cual se escoge entre los varios posibles significados de las palabras o los hechos del pasaje original.
La libertad o libertinaje al apropiarse de ellos y alterarlos se practica en la hibridación de unos textos por otros y en la mezcla de las voces: cuando dicen mujeres lo que la Biblia atribuye a hombres o a Dios mismo; cuando se entrecruzan y trastocan las palabras de unos libros con las de otros; cuando el relato bíblico viene glosado, completado, contradicho por cuñas de fragmentos profanos, ellos también manipulados y no sólo manejados, puestos al servicio de un significado del que sólo el compilador o escoliasta es responsable. Son, pues, leyendas (del recopilador) sobre leyendas (de la Biblia).
Legendarios los personajes, ellas y ellos, no lo son todos por igual, en igual grado. Tanto más suelen serlo cuanto más lejano el momento en que se supone que vivieron. La primera mujer, más que legendaria, es, en rigor, mítica: no hay Eva histórica, ni edad de oro o paraíso en tiempo histórico real. La última en la cronología, Berenice, de aparición fugaz en un libro de la Biblia cristiana, corresponde a una mujer bien documentada en la historiografía. Job y tal vez Judit constituyen personajes enteramente de ficción en la propia Biblia judía, figuras no tanto de mito, cuanto de novela moralizadora, de relato teológico-didáctico. En las demás mujeres y hombres, la identidad histórica y el aura legendaria se entremezclan en grado variable. Por lo general, de su existencia y de algunos de sus actos hay más fiable noticia y también cronología más exacta a medida que se hallan más cercanos en el tiempo.
Los relatos son legendarios, puesto que inspirados en la Biblia, ella misma legendaria. Pero a esa base de leyenda antigua el autor ha añadido de su cosecha elementos novelados de ficción. En la mayoría de los relatos hay, por tanto, doble fabulación, la original bíblica y la del propio autor, en dosis, por otro lado, diferentes de un relato a otro, de una mujer a otra. En el extremo de añadido nulo al texto bíblico está el autorretrato en pocas líneas de María, madre de Jesús; en el de extensa añadidura y complemento fabulado, el de la mujer de Pilatos.
En cada capítulo una mujer narra su vida, sus pensamientos y sentimientos, a la vez que refiere e interpreta los sucesos que ocurren alrededor. En todos los relatos la mujer protagonista habla en primera persona, como en unas “memorias” o autobiografía suya. Es su punto de vista el que se asume, un punto de vista, por tanto, de mujer, de las mujeres, en contraposición al de los varones. Es Sara frente a Abrahán, Dalila frente a Sansón, Betsabé ante David, la reina de Saba ante Salomón, María Magdalena ante Jesús: un enfoque antipatriarcal y en algunas narraciones con reivindicación formal de la autonomía de la mujer frente a los hombres de su entorno.
Las mujeres de los relatos se muestran siempre libres y a menudo escépticas respecto al Dios del que los hombres, nunca ellas, según la propia Biblia, presumen haber recibido alguna revelación. Las correspondientes narraciones, en consecuencia, no son religiosas, sino laicas. No obedecen, sin embargo, a una visión unificada o tan sólo de un lado. Antes, al contrario, es muy amplio el espectro de sus creencias, expectativas, amores. Al lado de la noble y heroica –aunque homicida- Judit está la desleal prostituta Rahab. Al lado de la piadosa madre de siete hijos mártires bajo el régimen de monarcas antioquenos sucesores de Alejandro, está una alegre joven hebrea que sin prejuicios religiosos sintoniza con los aires helenísticos que han traído esos monarcas. A ninguna de esas mujeres se enjuicia o, mucho menos, se condena por sus acciones, no siempre intachables. Sólo se enjuicia a varones; y esto desde la mirada de las propias narradoras.
Índice
Como título en el Índice, los capítulos llevan las primeras palabras de la respectiva narración y no el nombre de la mujer narradora, que no se declara de manera explícita. Sin embargo, no hace falta estar muy familiarizado con la Biblia para reconocer la identidad de algunas de esas mujeres. Para tal identificación, de todos modos, unas Anotaciones, en último capítulo, informan al lector sobre cada personaje, sobre los pasajes bíblicos de los que procede el relato, y, en su caso, sobre las coordenadas históricas, probables o ciertas, en que se sitúa, por legendario que sea. Este es, pues, el índice o elenco, más bien, de inicios de relatos:
[1] En el principio
[2] En medio del camino de la vida
[3] Los llevé juntos
[4] Nadie ha conocido bien la historia
[5] Soy hija del desierto
[6] El terror, el terror
[7] Quien no haya padecido
[8] Nuestros primeros padres
[9] A cual más piadoso
[10] Era mi amado para mí
[11] Fue mi amado para mí
[12] No sé quién soy
[13] Que hagan otros la guerra
[14] Cuando naciste hebrea
[15] Qué habremos hecho
[16] No me lloro a mí misma
[17] Fue siempre un buen pastor
[18] No volveré jamás
[19] Hube de vivir oscuros años
[20] Vivo sin vivir en mí
[21] Haber vivido en la pobreza
[22] Hija de rey
[23] Una mujer como otras
[24] Pasa un año y llega otro
[25] Muchas otras cosas
Anotaciones del compilador