Psicología del hallazgo: autocontrastes

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Psicología del hallazgo: autocontrastes

[Contrastes 2003]

 

Cuando llevas más de cuarenta años escribiendo, empieza a resultar difícil no repetirte o, por el contrario, no contradecirte en algo que escribiste ya quién sabe cuándo, el siglo pasado desde luego. He hecho ejercicio de autocrítica varias veces: sobre todo en Memoria de un éxodo en la revista Anthropos, número 161, octubre 1994, respecto a todo mi pasado de escritura de tema religioso; también en un capítulo de libro colectivo, donde escribí bajo el título de Variaciones sobre un tema popular: la mente como actividad del cerebro, y donde varié respecto a un capítulo, escrito diez años antes, dentro de Para una ciencia del sujeto. La que sigue es una “retractación” menor, un capítulo mínimo de mi vida o, más bien, de mi trabajo de ensayista o escribiente.

Es un texto que me fue solicitado desde la revista «Contrastes» de la Universidad Politécnica de Valencia. Había de ser un breve apunte de una comunicación presentada al Congreso Conocimiento e Invención sobre “Psicología del hallazgo y hallazgos en psicología”, reproducido en esta misma web [Estudios, Conocimiento]. Sin querer repetirme respecto a lo allí comunicado y entregado para publicación, aproveché el título de la revista para contrastar conmigo mismo. Veinticinco años atrás, como «divertimento» y en uso del ocio de las vacaciones de verano, escribí un artículo, «A la sombra del manzano», que tenía por protagonista a Newton, y que apareció publicado en el diario El País. Al revisarlo a la sazón encontré que mi viejo artículo había estado bien como ejercicio vacacional, sin bibliografía y sin ciencia, pero se hallaba lleno de tópicos, de mitos, de los que, con algo más de edad y de conocimiento, había que retractarse.

Estas páginas se aplican, pues, a un ejercicio de retractación o, dicho menos serio, de autocontraste. No toda sabiduría consiste en mudar de opinión; pero, desde luego, sin revisión y mudanza de opiniones no se alcanza el saber. Mi yo anterior, poco sabio, el de «A la sombra del manzano», endosaba los mitos y leyendas dominantes en materia de hallazgo y creación. En amigable polémica con él desde el yo actual, sin acritud para con uno mismo, en simple discrepancia, he ahí algunos contrastes donde cristaliza la distancia no tanto del ayer al hoy biográfico, cuanto de la leyenda y mito de la inspiración creadora al análisis sobre invención, hallazgo, creación.

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[1975] En Sils-María, a seis mil pies sobre el nivel del mar y mucho más alto todavía sobre los asuntos humanos…». En esta anotación de Nietzsche acerca del lugar donde escribe, donde crea, del Sinaí donde rompe tablas de valores, leemos que las ideas, la inspiración creadora vienen con el aire fresco, que el rompimiento se hace posible con la vacación, dejando lejos los negocios, quehaceres y urgencias, fuera de las fechas laborables y desenfundándose del propio quehacer y profesión. Es algo que sin dificultad se admite para quienes por quehacer tienen justo no tenerlo, sino sencillamente, y de sorpresa en sorpresa, crear: compositores, pintores, novelistas, poetas. Mucho menos se admite, más bien se omite, cuando de la generación de ideas filosóficas o de hipótesis científicas se trata.

Se admite sin dificultad, sí, como creencia o dogma, porque además corresponde a la experiencia subjetiva del creador o descubridor. Pero se admite equivocadamente tanto en el dominio de las artes como en el de las ciencias. La experiencia y la solidez del producto artístico concluido o del hallazgo científico alcanzado contribuyen a hacer opaco todo el proceso anterior. El hallazgo parece haber llegado por azar, por inspiración divina o por incubación inconsciente. Nietzsche, es verdad, está inspirado al aire libre; pero antes ha leído mucho y los libros acertados.

El principio de la epistemología, de acuerdo con la distinción de Reichenbach, se interesa tan sólo por el contexto de justificación de los enunciados científicos y no por su contexto de invención o descubrimiento, relega a éste a la vida privada del investigador y ha tenido, encima, el efecto de relegar en el subdesarrollo a la psicología y a la lógica del hallazgo en el proceso de conocimiento.

Es verdad que hacia 1975 no había mucho estudio ni tampoco resultados sobre el momento del descubrimiento, aunque ya entonces sí sobre el proceso anterior, de preparación. Desde luego, para esa fecha quien no sabía mucho era A.F., quien, sin embargo, merece alguna indulgencia, porque casi toda la bibliografía y estudios relevantes son más recientes, posteriores a ese año.

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[1975] No sabemos mucho, pues, de esos momentos de gracia, magníficos, divinos -que diría un griego-, en los que salta la chispa de lo original y nuevo en filosofía, en ciencia o en tecnología. Sabemos, sí, lo suficiente para poder sostener que la vacación, el ocio, el aire libre, el campo abierto, el viaje pueden constituir espacios e instantes propicios para el descubrimiento de hipótesis, de ideas. No es, sin embargo, un aprovechamiento abusivo de la extensa ignorancia acerca de las condiciones de tal descubrimiento. Cabe sostenerlo sobre el soporte, no muy ancho, pero sí firme, de algunas piezas empíricas de nuestro saber acerca de los procesos psicológicos de formación de conceptos y de solución de problemas, así como de la experiencia subjetiva clásicamente denominada del «!ajá¡», del comprender repentino, del relámpago iluminador, del súbito caer en la cuenta, del «eureka» de Arquímedes en el baño, en un momento de ocio, por cierto. Al lado de la de Arquímedes, otra estampa de leyenda biográfica que escenifica la circunstancia del «eureka» es la de Newton bajo las ramas de un manzano observando la caída de una manzana y cayendo él mismo en la cuenta: abriendo los ojos al principio de la gravitación universal.

Hay toda una mitología del «eureka», que, sin embargo, no se sostiene ante un análisis objetivo. Por de pronto, el «eureka» refleja algunas situaciones creativas o de descubrimiento, mas no otras. No hay nada análogo a eso en los largos días y noches de Miguel Ángel tumbado boca arriba para pintar los techos de la Capilla Sixtina; ni tampoco en los días y noches de los Curie en su laboratorio. Podemos imaginarles en estado de gracia, de lucidez mental, mas sin un instante privilegiado del «¡ajá!». Por otra parte, es verdad que al científico no hay por qué preguntarle en qué momento y circunstancias le ha venido a la mente una idea, una hipótesis: si fue en el baño o en la letrina de un cuartel. De hecho, Descartes declara haber tenido la iluminación del método estando acuartelado a orillas del Danubio.

3

[1975] Las investigaciones experimentales coinciden en concluir que el hallazgo afortunado y la inspiración productiva no vienen de la nada y están preparadas por laboriosos períodos de paciente recogida de información, de análisis metódico, de escrutinio crítico de las soluciones tradicionales, de bosquejo y tanteo simbólico de las alternativas.

Esto es bien cierto. Y con ello tiene que ver la base de conocimientos del científico, su perseverancia en la tarea, el acierto en sus pistas de indagación. No hay hallazgo gratis o gratuito. Vale ahí, y con tanta mayor razón, la observación de Picasso: «yo no creo en las musas, pero por si acaso hago para que me encuentren trabajando».

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[1975] Siempre ha debido ser difícil dar a luz la novedad, la originalidad, desde las condiciones ordinarias de existencia dentro del calendario laboral. Para los intelectuales, profesores, científicos y filósofos de oficio la dificultad ha crecido en nuestro días. De octubre a junio su oficio se ha mudado en una carrera contra el reloj, en la que para desayunar ultiman el artículo urgente, a media mañana dictan clases, a la hora del café se reúnen con los colaboradores inmediatos, al caer la tarde cae también la consabida conferencia y sólo bien entrada ya la noche queda algún rato para leer, para mantenerse al día, pasablemente informado. Bajo semejante régimen de autómatas, resulta harto improbable que surja una sola idea de verdad inédita o inesperada, una reflexión sustancialmente radical o el barrunto de un diseño de experimentación realmente innovador que no se limite a duplicar y replicar hasta el infinito aburrimiento lo que otros, con mejor tino e imaginación, escudriñaron mucho antes.

También ahí se da en la diana. Veinticinco años después, hay que resaltar las condiciones editoriales y de publicación. Al menos en mi campo disciplinar, en el de la psicología y ciencias del comportamiento, hay actualmente una absoluta tiranía de un formato de publicación, en revistas científicas y en tratados, que viene impuesto por las normas editoriales de la Asociación Americana de Psicología. De acuerdo con esas normas, Pavlov, Skinner o Piaget, por no decir ya Freud, tendrían serias dificultades para ver publicados sus trabajos. Se añaden los criterios de evaluación de la investigación y publicaciones del profesorado universitario, en España, en orden al reconocimiento de sexenios: o te ajustas a los dictados del formato dominante, o no queda reconocido tu trabajo. Y queda redondeado ese conjunto con la circunstancia de que los temas que la Administración universitaria está dispuesta a financiar no siempre -incluso rara vez- coinciden con los temas de interés para el investigador y para la investigación básicas: o te ajustas a los términos de la convocatoria, o no subvencionan tu trabajo ni dispones de las herramientas para ello. De ahí se sigue una pragmática esquizofrenia en muchos investigadores: te financian unos proyectos y te consagras de verdad a otros.

5

 

[1975] Frente a la mera reproducción y comunicación, que, ellas sí, pueden sujetarse a un horario y calendario laboral, mientras persistan las condiciones referidas, la verdadera creación intelectual y científica, en su fase final, la del «eureka», va a depender cada vez más del descanso veraniego, del ocio de los investigadores, de sus sábados o, mejor todavía, de sus años sabáticos. Estos paréntesis de apartamiento del negocio académico, intelectual, investigador, justo por ser momentos en discontinuidad con lo cotidiano, pueden llegar a ser los más fértiles para operaciones de romper con los prejuicios ideológicos, con la ciencia recibida, o con los métodos sancionados […]. Si la enseñanza de estas leyendas se toma en serio, sean o no, ellas mismas, ciertas, los ministerios de investigación y de cultura habrán de crear becas para que los científicos, consagrados o potenciales, tomen sus baños en alguna isla del Egeo o simplemente tomen la sombra y el aire bajo la copa del árbol de su predilección.

Aquí se alcanza ya el colmo del acierto. Nada que añadir o corregir. Lo suscribo hoy como ayer. Me pido año sabático y para hacer boca un mes inaugural en un crucero por las islas griegas.