Para una ciencia del sujeto

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Barcelona: Anthropos, 1993.

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Es libro directamente deudor de la docencia universitaria en la materia de Psicología de la Personalidad. No contiene un desarrollo de esta materia, ni de los principales temas de ella, sino sólo la presentación y discusión de su método y contenido, así como de tres cuestiones relativas al sujeto humano, a la persona, cuestiones tradicionalmente filosóficas, pero de competencia de la psicología antes que de la filosofía: la relación de “alma” y cuerpo, o, por mejor decir, de “mente” y cerebro; la libertad como cualidad de ciertos comportamientos; la moral y lo moral en su doble acepción: la descriptiva del buen vivir y la normativa del deber.

Tras confrontar la filosofía con una ciencia empírica, con la Psicología, en los tres temas mencionados, un último capítulo, en conclusión, defiende una clara posición sobre las relaciones entre una y otra. Esa posición deriva de –y comienza por- el análisis de las operaciones que el ejercicio de la razón comporta: de atención, de percepción, de abstracción, discriminación, memoria, formación de conceptos, inferencias, razonamientos. Razón científica y razón filosófica están hechas con los mismos mimbres y difieren en su combinación y peso relativo. Se halla cada una transida de la otra; pero persiste entre ellas una diferencia no pequeña: procedimientos formales de investigación, de contraste de hipótesis, constituyen marca registrada de la ciencia, no de la filosofía.

Las relaciones de la filosofía con las ciencias han sido rara vez pacíficas, a menudo problemáticas: en todo caso, y más ahora, múltiples y móviles, inestables y multidireccionales, y esto a causa de la filosofía más que de la ciencia o de las disciplinas en ella. Cada una de éstas forma un conjunto homogéneo, normalizado por lo que Kuhn llamaba “paradigma” o, al menos, por un “programa de investigación” en el sentido de Lakatos. Los científicos trabajan, con unanimidad suficiente, dentro de ese conjunto. La filosofía, en cambio, ha sido y es plural, policéntrica, casi con tantas concepciones como autores o, al menos, como escuelas, sin unas reglas de juego –de  su juego de lenguaje- comunes, compartidas.

En perspectiva histórica, cabe concebir a la filosofía como tronco del que se han ido desgajando las ciencias. Esta metáfora, sin embargo, no la convierte a ella en matriarca o matriz que guarde alguna preeminencia en el conjunto de los saberes. El desgajamiento de temas constituye una merma para la filosofía, que ve recortados sus contenidos. A medida que éstos, como sucede en los tres asuntos debatidos en el libro, quedan delimitados e investigados con algún método de ciencia, dejan de ser de naturaleza filosófica. Por ese motivo, entre otros, qué es ciencia y qué filosofía muda en el curso del tiempo. La de conciencia y cerebro no es ya hoy cuestión filosófica, sino científica. Igualmente ha dejado de ser filosófica la cuestión del origen del cosmos.

La filosofía actual suele vindicar como propios, en relación con la ciencia, un par de temas: el de una epistemología de las ciencias, el de la coordinación teórica superior de los conocimientos obtenidos en las distintas disciplinas científicas. Ahora bien, la epistemología pertenece a la ciencia misma de la que se trate, no a una disciplina de otro orden; e igualmente a la propia ciencia corresponde elaborar teorías de alto nivel, también teorías interdisciplinares que, al modo en que filósofos pueden pretender, integran evidencias empíricas de distintas ciencias. Los metadiscursos construidos sobre discursos de ciencia forman parte de la ciencia misma, no de alguna otra disciplina supuestamente superior.